Comentario
CAPITULO XL
Muerte del V. P. Fr. Luis Jayme, y de lo acaecido en su
Misión de San Diego.
Hallábanse por el mes de Noviembre del año de 1775 administrando con grande júbilo de sus almas la Misión de San Diego el V. P. Lector Fr. Luis Jayme, hijo de la Santa Provincia de Mallorca, y el Padre Predicador Fr. Vicente Fuster, de la de Aragón, y cogiendo con abundancia los copiosos frutos que producía ya aquella Viña del Señor encomendada por el Prelado a sus RR. de tal suerte, que con sesenta Gentiles que habían bautizado el día 3 de octubre inmediato (vigilia de N. P. San Francisco) y los muchos que habían recibido el Santo Bautismo antes, se formaba un numeroso Pueblo, el cual habían mudado el año anterior a la Cañada del Río o Arroyo que vacía en aquel puerto, por ofrecer el terreno (que dista como dos leguas del Presidio) mayores ventajas para el logro de sementeras, y cosechas de trigo y maíz para la manutención de los Neófitos; quienes desde luego demostraban hallarse muy gustosos.
Al paso que los Padres y los Cristianos nuevos se hallaban con tanta alegría y sosiego, era mayor la rabia del enemigo capital de las almas, no pudiendo sufrir con su infernal furor el ver que por las inmediaciones del Puerto se le iba acabando su partido de la Gentilidad por los muchos que se reducían a nuestra verdadera Religión por medio del ardiente celo de aquellos Ministros; y reparando en que se iban a poner otros entre San Diego y San Gabriel, que desde luego harían lo mismo con aquellos Gentiles, de que él estaba apoderado, desmereciendo por esta causa su partido, arbitró para atajar el daño que se le seguía, no sólo impedir la nueva fundación, sino también aniquilar la de San Diego (que había sido la primera de estos Establecimientos) y vengarse de los Ministros.
Para conseguir estos diabólicos intentos se valió de dos Neófitos de los anteriormente bautizados, que después de la fiesta de N. P. San Francisco salieron a pasear por las Rancherías de la Sierra, influyéndoles a que publicasen entre los Gentiles de aquellos territorios la noticia de que los Padres querían acabar con toda la Gentilidad, haciéndolos Cristianos a fuerza, para lo cual daban por prueba los muchos que en un día habían bautizado. Quedaban los que lo oían suspensos, creyéndolo unos, y dudándolo otros, los cuales decían, que los Padres a nadie hacían fuerza, y que si aquellos se habían bautizado era porque ellos habían querido. Pero la mayor parte daba crédito al dicho de los dos apóstatas; y teniéndolos el enemigo así dispuestos les engendró la pasión de ira contra los Padres, de que resultó el cruel intento de quitarles la vida, como también a los Soldados que los resguardaban, y pegar fuego a la Misión para acabar con todo. Apenas se hablaba por aquellos contornos de otra cosa, convidándose unos a otros para el hecho; aunque muchas de las Rancherías no convinieron, diciendo que ni los Padres les habían hecho daño, ni hacían fuerza a ninguno para que se hiciese Cristiano.
Nada de esto se sabía en San Diego, ni se recelaba de lo más mínimo, porque habiendo echado de ver la falta de los citados dos Neófitos, que salieron sin licencia, y habiendo salido el Sargento con Soldados en busca de ellos, no los pudieron encontrar, y sólo adquirieron la noticia de que se habían internado mucho por la sierra que guía al Río Colorado; y en ninguna de cuantas Rancherías transitaron con este fin, advirtieron la menor novedad ni indicio alguno de guerra; pero el hecho manifestó el intento que tenían, y el sigilo con que se manejaban.
Convocáronse más de mil Indios, muchos de ellos entre sí no conocidos, ni jamás vistos, sino convidados de otros. Los cuales pactaron el dividirse en dos trozos, para caer uno a la Misión y otro al Presidio, convenidos en que luego que estos últimos viesen arder la Misión, prendiesen fuego al Presidio, y matasen a toda la gente; y que los destinados para la Misión harían lo mismo. Así pactados, y bien armados de flechas y macanas se encaminaron a poner en ejecu-ción su depravado designio.
Llegaron a la Cañada del Río de San Diego la noche del día 4 de noviembre, y se dividieron caminando la mitad de ellos para el Presidio los destinados a él; llegaron sin ser sentidos a las casas de los Neófitos de la Misión, y se pusieron en cada una de ellas unos Gentiles armados para no dejarlos salir ni gritar, amenazándoles de muerte; y se fue el mayor golpe de ellos a la Iglesia y Sacristía a hurtar las ropas, ornamentos, y demás que quisieron; y otros con tizones de la lumbrada que tenían en el Cuartel los Soldados (que se reducían a tres y un Cabo, que según parece estaban todos durmiendo) empezaron a pegar fuego al Cuartel, y a todas las piezas; con esto, y los funestos alaridos de los Gentiles despertaron todos.
Pusiéronse los Soldados al arma, cuando ya los Indios habían empezado a descargar flechas. Los Padres dormían en distintos cuartos: salió el P. Fr. Vicente, y viendo el incendio se encaminó para donde estaban los Soldados, como también dos muchachitos, hijo y sobrino del Teniente Comandante del Presidio: en otro cuarto vivían Herrero y Carpintero de la Misión, y el Carpintero del Presidio que había pasado a la Misión por enfermo, llamado Urselino, digno de que se lea su nombre por el acto tan heroico de verdadero Católico que practicó, como diré luego.
El P. Fr. Luis, que dormía en otro cuartito, al ruido de los alaridos, y del fuego salió, y viendo un gran pelotón de Indios, se arrimó a ellos saludándolos con la acostumbrada salutación: amad a Dios hijos; y conociendo que era el Padre lo agarraron como Lobos a un Corderito, y portóse como mudo sin abrir sus labios; lleváronlo para la espesura del Arroyo, allí le quitaron el santo hábito, y desnudo el V. Padre empezaron a darle golpes con las macanas, y le des-cargaron innumerables flechas, no saciando su furor y rabia con quitarle con tanta crueldad la vida, pues después de muerto le machacaron la cara, cabeza y demás del cuerpo, de modo que desde los pies hasta la cabeza no le quedó parte sana más que las manos consagradas, como así se halló en el sitio donde lo mataron.
Quiso Dios preservarle las manos para manifestar a todos, que no había obrado mal para que le quitasen la vida con tanta crueldad; sino que con toda limpieza había trabajado tanto a fin de encaminarlos a Dios, y salvar sus almas, y no dudamos todos los que lo conocimos y tratamos, que gustoso y alegre daría su vida, y derramaría su sangre inocente para regar aquella mística Viña, que con tantos afanes había cultivado, y aumentado con tanto número de almas que bautizó; confiado en que por medio de este riego se cogerían con más abundancia sazonados frutos, como así en breve se experimentó, viniendo después muchos a pedir el Sagrado Bautismo. Hasta Rancherías enteras de mucho gentío, y bien distantes del Puerto ocurrieron a la Misión pidiendo el ser bautizados, aumentándose en gran número los Neófitos.
Al mismo tiempo que los Gentiles con grande griterío iban llevando al V. P. Fr. Luis al lugar del martirio, fueron los otros al otro cuarto en que dormían los Carpinteros, y Herrero, que al ruido despertaron; iba a salir el Herrero con una espada en la mano, y al salir del cuarto le dispararon tan cruel flechazo, que quedó muerto. Viendo esto el Carpintero de la Misión, cogió una escopeta cargada, la disparó y tumbó a uno de los Gentiles que estaban cerca de la puerta, y retirándose asombrados y temerosos, pudo ir a juntarse con los Soldados. Al otro Carpintero del Presidio llamado Urselino, que estaba en cama enfermo, lo flecharon, hiriéndolo de muerte, y en cuanto se sintió herido, dijo: ¡Ha Indio que me has muerto! Dios te lo perdone.
El mayor golpe de los Gentiles se ocuparon en guerrear con los Soldados que estaban en la casita que servía de cuartel, en cuya pieza se hallaban el P. Fr. Vicente Fuster, los dos muchachos arriba dichos, el Carpintero que no estaba herido, y el Cabo con los tres Soldados; y a los Gentiles en breve se les agregó toda aquella chusma de Gentiles que habían ido para el Presidio, que no se atrevieron a llegar, porque mucho antes de llegar a él vieron que ardía la Misión; y dando por supuesto que también lo verían los del Presidio, y que estarían prontos a defenderse, y que enviarían a la Misión socorro de gente, se volvieron atrás a unirse con los que estaban en la Misión; por lo que se libertó el Presidio, que sin duda estarían durmiendo; pues ni vieron el grande fuego que ardía en toda la Misión, ni oyeron tiro de tantos que se disiparon, siendo así que se oye el tiro del Alba.
En cuanto llegaron al sitio de la Misión los Gentiles que habían ido al Presidio, que supieron habían ya matado uno de los Padres, preguntando cual de los dos, luego que les dijeron el rezador (así llamaban al P. Fr. Luis) celebraron con mucha alegría la noticia, y en el mismo sitio celebraron la muerte con un gran baile a su usanza bárbara, y se juntaron con los demás para acabar con el otro Padre, y con toda la Misión. El corto número de Soldados de la Misión se supo defender de tanta multitud de Gentiles con gran valor por el grande que tenía el Cabo de esquadra, que no cesaba de gritar, con que amedrentaba a los Gentiles, y de disparar matando a unos, e hiriendo a otros. Viendo los enemigos la fuerte resistencia, y el estrago que hacían los nuestros, valiéronse del fuego, pegando fuego al cuartel que era de palizada, y los nuestros por no morir asados, salieron de él con todo valor, y se mudaron a un cuartito de adobes, que servía de cocina, reduciéndose toda la fábrica, y resguardo a tres paredes de adobe, de poco más de una vara de alto, sin más techo que unas ramas, que tenía puestas el Cocinero para resguardarse del Sol. Refugiados los nuestros en dicha cocina, hacían fuego continuo, defendiéndose de tanta multitud, que los molestaba mucho por el lado que estaba descubierto sin pared, por donde les tiraban ya flechas, ya macanas.
Viendo el daño que por aquel portillo les hacían, se animaron a ir a la casa que se estaba abrasando a traer unos fardos y cajones para ponerlos de parapeto; pero en esta faena (que lograron hacer a satisfacción para el resguardo) quedaron heridos dos de los Soldados, e imposibilitados por entonces a acción alguna; y sólo quedó para la defensa el Cabo con un Soldado y Carpintero. El Cabo, que era de gran valor y buen tirador, mandó al Soldado y Carpintero que no hiciesen otra cosa que cargar, y cebar escopetas, ocupándose él en sólo tirar, con que mataba, y hería a cuantos se le arrimaban.
Viendo los Gentiles que las flechas ya no servían, por el resguardo de los adobes que tenían los nuestros, pegaron fuego a las ramas que servían de techo; pero como eran pocas, no les obligó el fuego a desamparar el sitio; viéronse en peligro de que se pegase fuego a la pólvora, lo que hubiera sucedido a no tener la advertencia el P. Fr. Vicente de tapar la talega con las faldas del hábito, sin atender al peligro a que se exponía. Viendo los Indios que el fuego del techo no les hizo salir, tiraron a obligarles a la salida, echándoles adentro tizones encendidos, y pedazos de adobe, que de uno de ellos quedó herido el Padre, aunque por entonces no lo sintió mucho, pero sí después, aunque no fue cosa de cuidado. Así estuvieron peleando hasta la aurora, que su hermosa luz ahuyentó a los Gentiles, que recelosos viniese gente del Presidio, se marcharon llevándose los muertos y heridos, que no se supo sino en general que habían sido muchos, según las declaraciones que se tornaron.
En cuanto amaneció el día 5 de noviembre, que desapareció la gran multitud de Gentiles, salieron de sus casitas los Neófitos, y fueron luego a ver al Padre, que estaba en el fuerte de la Cocina con el Cabo y tres Soldados, todos heridos, y el Cabo aunque herido no quiso decir que lo estaba, para que no decaeciesen los demás. Los Indios Cristianos llorando refirieron al Padre como los Gentiles no los dejaron salir de sus casas, ni gritar, amenazándoles de muerte si se meneaban. Preguntóles por el P. Fr. Luis, que toda la noche lo había tenido con cuidado por no haber sabido de él, aunque los Soldados lo consolaban, diciéndole que se habría metido dentro del Sauzal; mandó a los Indios lo buscasen, y despachó un Indio Californio a avisar al Presidio, y a los Neófitos mandó apagasen el fuego de la troje para lograr algo del bastimento.
Hallaron los Indios en el Arroyo a su V. P. Fr. Luis ya muerto, y tan desfigurado, que apenas lo conocieron. Cargáronlo y llevaron con grande llanto para donde estaba el P. Fr. Vicente, quien al oír el llanto de los Indios, le dio en el corazón lo que había sucedido a su Compañero; fue luego el Padre hacia ellos, y le pusieron a la vista a su amado Compañero muerto, y tan desfigurado que según escribió al R. Padre Presidente, estaba tan herido su cuerpo, que no tenía más parte sana que las consagradas manos; pero que todo lo demás del cuerpo estaba golpeado y flechado, y la cara aplastada de los golpes de macana, (porras de madera) o de alguna piedra, y ensangrentado de pies a cabeza; que sólo conoció ser su cuerpo por la blancura, que en pocas partes estaba sin sangre, que era el único vestido que cubría su cuerpo. Al ver el P. Fr. Vicente aquel espectáculo, quedó fuera de sí, hasta que el llanto de los Neófitos, que tan de corazón amaban a su difunto Padre le hizo prorrumpir en lágrimas.
En cuanto la pena y dolor dio lugar al P. Fr. Vicente para deliberar, dispuso se hiciesen unos tapestles para llevar a los dos difuntos cuerpos del V. P. Fr. Luis y al Herrero José Romero, y a los heridos, que fueron el Cabo y los tres Soldados y el Carpintero Urselino. En cuanto recibieron la noticia en el Presidio, se pusieron en camino para la Misión, y con este auxilio se mudaron todos llevando en procesión a los difuntos para el Presidio, dejando en la Misión algunos Neófitos para que apagasen la lumbre de la troje. Llegados al Presidio se dio sepultura a los difuntos en la Capilla del Presidio, y dieron mano a curar los heridos, que todos sanaron, menos el Carpintero Urselino, que murió el quinto día. Este tuvo tiempo para prepararse y disponer sus cosas: tenía de su sueldo de algunos años que había servido bastante alcance en el Real Almacén; y no teniendo heredero forzoso, hizo testamento, y dejó por herederos a los mismos Indios que le quitaron la vida; acción tan ejemplar y heroica de verdadero Discípulo de Jesucristo. Recibidos todos los Santos Sacramentos entregó su alma al Criador.
El Cabo que había quedado mandando el Presidio, despachó aviso al Teniente, que se hallaba en la Fundación de San Juan Capistrano, quien luego que tuvo la noticia de lo acaecido se puso en camino para San Diego, y tras de él los Padres. En cuanto éstos llegaron al Presidio, hicieron las honras al V. Padre difunto, y resolvieron mantenerse en el Presidio hasta nueva orden del V. Padre Presidente, a quien escribieron todo lo que queda expresado, que he sacado de las mismas Cartas. Igualmente con acuerdo del Comandante del Presidio determinaron que los Neófitos se mudasen arrimados al Presidio por de pronto para evitar el peligro de que volviesen a darles los Gentiles; asimismo mudaron el poco de maíz, y trigo que libertaron del fuego: quedando todo lo demás de Iglesia y casa consumido por el fuego, salvo la ropa y alhajas que hurtaron.
El Comandante del Presidio dio luego sus providencias despachando partidas de Soldados por las Rancherías de los Gentiles a explorar si se percibía otro atentado, como también de indagar los que habían concurrido: llevaron presos a muchos para las averiguaciones, y hallando que no amenazaba asalto al Presidio, despachó Correo a Monterrey.